¿Es la inteligencia musical, el talento musical, una capacidad innata? El músico, ¿nace o se hace? ¿La aptitud musical es congénita o se puede adquirir con la educación? Se trata del eterno debate educativo sobre la influencia de la genética y la de medio.

Genética O educación

Una de las mayores pruebas del carácter innato de las aptitudes musicales es la existencia de niños prodigio. Es sabido que muchos de los grandes genios de la música, y por tanto poseedores de una gran inteligencia musical, han sido además niños prodigio. Por ejemplo, Mozart interpretaba y componía a la edad de cinco años, y también fueron niños prodigio otros como Haydn, Beethoven, Mendelssohn y Britten. Entre los de nuestro tiempo son muy conocidos los intérpretes Yehudi Menuhin y Rubinstein. Existen pocos estudios sobre prodigios musicales y las características excepcionales de la inteligencia musical en la infancia. Hardgreaves (1988) indica que, si bien la facultad para dominar las extraordinarias reglas del lenguaje la tienen todos los niños, sólo unos pocos son capaces de hacer lo mismo con la música. Winner concluye que «la aptitud musical es una capacidad neurológica separada e innata que requiere comparativamente poca estimulación externa para emerger» (Hardgreaves, 1988: 178).     
En este sentido, la aptitud musical puede ser muy parecida a la aptitud física para caminar o la aptitud para dominar la sintaxis del lenguaje. «La diferencia es que la capacidad para caminar o hablar la poseen los seres humanos comunes: sólo los seres humanos excepcionales poseen la capacidad de hacer música» (Hardgreaves, 1988: 238).

En su preocupación por descubrir los procesos que generan la expresión y percepción artísticas, Gardner (1993) se plantea si los músicos tendrán una gran inteligencia musical y en qué proporción con respecto a los otros tipos de inteligencia. Indica que la música, al igual que las matemáticas y el ajedrez, se caracteriza por un conjunto de reglas formales que pueden dominarse independientemente de otras formas de la experiencia humana. No obstante, lo que está claro es que el niño prodigio se «hace» con una gran cantidad de disciplina, entrenamiento y trabajo duro y que el desarrollo de una excepcional inteligencia musical puede no producirse en la infancia. Prueba de ello es la existencia de otros músicos que se formaron ya en la edad adulta, como Rimsky Korsakov, y no que fueron, por tanto, niños prodigio; la hipótesis se ratifica también comprobando que los grandes niños prodigio a los que nos hemos referido recibieron, todos ellos, una educación musical temprana, intensa y persistente.

Efectivamente, en el desarrollo de la musicalidad, la calidad y cantidad de experiencias musicales son determinantes. Según Bentley (1967: 15), la educación cumple un rol importante, ya que «el niño que ha nacido dotado de talentos musicales superiores o con predisposición biológica en un ambiente totalmente desfavorable no es susceptible de hacer evolucionar su capacidad innata». Lo cierto y probado por el propio Bentley es que, mediante la participación en actividades relacionadas con la música, los niños adquieren una mayor experiencia y capacidad musicales; también prueba que la memoria es un importante factor para el desarrollo musical del niño.

Heredamos unas estructuras anatómicas y fisiológicas que sirven de soporte para los aprendizajes intelectuales y procedimentales. Se hereda el potencial, del cual el individuo se aprovecha más o menos en relación con los factores ambientales y los procesos de aprendizaje. La incidencia del medio es tan importante que puede llegar a superar lo genético. La musicalidad, entendida como capacidad de percibir, sentir y expresar la música, existe en mayor o menor grado en todas las personas, pero es necesario desarrollarla y potenciarla (Calvo y Bernal, 2000). Según Fridmann (1988: 113), todos los niños tienen la posibilidad de desarrollarse musicalmente; son el medio familiar y la sociedad en general quienes deben favorecer estos aspectos que, de manera decisiva, van a contribuir a la formación y desarrollo de su personalidad.

El autoconcepto

Otro factor muy importante en el desarrollo de las capacidades musicales, pero que sin embargo suele ser ignorado por la mayoría de las investigaciones, es el autoconcepto. La propia valoración de las capacidades es especialmente influyente en el desarrollo de las musicales. Por lo general, el autoconcepto se fragua en la familia y/o con los primeros profesores. Está probado que un autoconcepto negativo que se manifiesta en expresiones como «tengo mala voz», «tengo mal oído», «no soy bueno con este instrumento» tienen efectos muy negativos y contraproducentes en el aprendizaje (Aznarez: 1992) y se mantienen hasta la edad adulta. Un joven canta mal porque no ha tenido oportunidades de cantar, no escucha porque nadie le ha enseñado a escuchar y no aprende a tocar un instrumento en particular porque no tiene el profesor adecuado o el método  no está adaptado a sus características individuales de aprendizaje.

Para Pahlen (1961), todos tenemos musicalidad, capacidad para interpretar y apreciar la música. Considera, por tanto, que todos somos aptos para acceder a la educación musical, dado que su finalidad no es formar músicos, sino personas que amen la música y sepan valorada. Indica también que la apreciación surge como resultado del conocimiento y sólo podemos conocer aquello con lo cual nos hemos familiarizado primero.

*Extracto del libro Didáctica de la Música para Educación Infantil de Pilar Pascual Mejía.

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